Hay muchas relaciones que se fundamentan en el interés, ya sea pasional, de placer, de egoísmo y satisfacción o de cualquier otro tipo de interés, por supuesto, también el económico. Pero todos esas sociedades no garantizan la unidad en el tiempo y menos la educación de los hijos. Sólo el amor y el compromiso dan continuidad en el tiempo a ese madurar y acompañar a los hijos en su desarrollo y formación.
El matrimonio cristiano es, sobre todo, un sacramento. Y como sacramento necesita una formación y preparación. De la misma manera sucede con el Bautismo, la confirmación y la Eucaristía. Un sacramento por el que recibimos la Gracia del Espíritu Santo para fortalecernos en el desempeño de esa vocación y misión. Dos personas, hombre y mujer, que se comprometen para toda una vida a vivir un mismo proyecto de vida y compromiso en educar a sus hijos. Y lo hacen desde la presencia y la invitación de Dios entre ellos.
Unos esposos que, antes las vicisitudes y obstáculos que la vida les presenta se sienten arropados, acompañados y auxiliados por la Gracia del Espíritu Santo. Y en Él se fortalecen para superar todos esos contratiempos que los problemas les van presentando. Y, para también compartir los buenos momentos de alegría y de fiesta. Un Espíritu Santo que le sostienen unidos en la bonanza, pero también en los malos tiempos.
Es el amor lo que se manifiesta en todo momento, porque descubrimos que nos queremos cuando las circunstancias son adversas y amar supone renuncia, sacrificio, humildad y... Es entonces cuando descubres y experimentas que te sientes querido por el otro. Pidamos esa Gracia y esa Fortaleza en el Espíritu Santo y abramos nuestros corazones para que nuestro compromiso de amor no decaiga ni desfallezca. Amén.
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