Al verte, Madre, de dolor transida
con siete espadas de bruñido acero,
quiero ser, en tus brazos prisionero,
cirineo de tu alma dolorida.
A zaga de tus huellas va mi vida
aupando el corazón en el sendero,
que llevando contigo tu madero,
se mitiga el dolor de la subida.
¡Dame, madre, a gustar la dulcedumbre
del cáliz de tu amarga pesadumbre!
¡No me importa el dolor, ni temo nada, si tus lágrimas ungen mi destino!
¡Pues, si un día desmayo en el camino,
tendré aliento en la luz de tu mirada!.
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