Nuestra lógica está muy relacionada con el poder, la fuerza y la riqueza. Son más grandes los poderosos, los que tienen fuerza y riquezas. Desde esa perspectiva, todos queremos más como reza la canción. Y los apóstoles previniendo la ausencia de Jesús se disputan los primeros puestos. Quieres ocupar los lugares de mando y ser los primeros. Se entiende desde la lógica humana, pero no desde la lógica de Dios.
Jesús, aprovechando esa discusión, toma un niño, símbolo de pureza, de ingenuidad, de pequeñez, de debilidad, de insignificancia y pobreza de todo lo que significa poder y tener, y lo sitúa en medio de todos diciéndoles esto: (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor»...
El Reino que viene a establecer Jesús, enviado por su Padre, no es un Reino de poder, de fuerza ni de riquezas. Todo lo contrario, es un Reino de justicia, de amor y de paz apoyado en la verdad y, sobre todo en el amor. Un Reino contrario a la lógica humana y a los poderes de este mundo, donde los más fuertes y poderosos son los importantes y los pequeños, los insignificantes, los pobres e indefensos son los desechados, explotados, invisibles y objetos de marginación y desprecio.
Preguntémonos, ¿cuál es nuestra lógica, la humana o la que nuestro Padre Dios nos propone? Y, reconociendo nuestra debilidad e inclinación a dejarnos seducir por los poderes de este mundo, pidámosle la Gracia de saber resistirnos a esa tentación y a permanecer fieles a ocupar los últimos puestos de servicio y amor a los demás. Amén.
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