Pensamos que la felicidad equivale a la buena vida. Vivir bien es gozar de los placeres que la vida nos ofrece y el disfrute de todo aquello que alegra y da gozo a nuestros sentidos. Y nada de esto es malo, pues, nuestro Padre Dios no nos ha creado para sufrir, sino todo lo contrario, para disfrutar y ser felices. Y la causa de la felicidad es el gozo. Cuando disfrutamos experimentamos la felicidad.
Es de sentido común que cualquier padre desee y busque que sus hijos sean felices. Y esa felicidad pasa por satisfacer tanto lo corporal como lo espiritual. Ahora, hay un matiz que da sentido a todo esto, ¿cómo puedes ser feliz tú cuando ves que otros sufren y lo pasan muy mal? ¿No experimentas y sientes deseos de solidaridad con ellos?
Eso explica y da sentido a tu cruz. Sientes deseos de ayudarle y te sientes, valga la redundancia, solidario con sus sufrimientos y sacrificios hasta el punto de querer compartirlo, ayudándoles, con ellos. Fue eso lo que hizo Jesús a su paso por este mundo. Y lo hizo por amor incondicional, por libre y voluntaria solidaridad entregando su Vida en la Cruz para aliviar y salvar la nuestra.
Por tanto, no es cuestión de renuncias a los placeres de este mundo, sino de solidaridad con los demás compartiendo, en actitud de servicio y voluntariamente, por amor. Pidamos, pues, al Señor esa Gracia para que, fortalecidos en la mirada a su Cruz, podamos ser capaces de seguirles, en el esfuerzo de cada día, cumpliendo su Voluntad. Amén.
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