Cuando miro para atrás me doy cuenta que mi vida es como un huerto que, bien regado y cuidado, dará mucho y buenos frutos. Pero, también son consciente que puede ocurrir lo contrario y que mi huerto puede quedar, al no estar bien regado ni cuidado, baldío e improductivo. Por tanto, descubro que mi vida debe exigirme un esfuerzo, por y para que ese huerto de mi corazón sea un vergel productivo y dé buenos frutos.
Pero, mis esfuerzos serán vanos si me afano en sembrar y cultivar por mis propias fuerzas y sin contar con la Gracia de Dios, el único y verdadero Sembrador. Bien lo dice el salmo 126 - Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy...
Pidamos, pues, al Señor, que cultive con el Agua de la Gracia esos huertos de nuestros corazones para que, abiertos a la acción del Espíritu Santo, demos los buenos frutos que el Señor espera de cada uno de nosotros. Eso nos exigirá estar pendiente a su Palabra y cultivar el huerto de nuestros corazones con la oración, el sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. Amén.
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