Las apariencias engañan y creyéndote libre, si ahondas en la profundidad de tu corazón, adviertes y descubres que quienes mandan sobre ti son tus propios instintos y las apetencias a tus placeres y satisfacciones egoístas. Experimentas que no haces lo que muchas veces sientes y deseas hacer. Porque, tienes un corazón donde hay amor y que busca hacer el bien. Pero, tus ambiciones, los afanes de este mundo lo vician de envidia, de odio y venganza, poder y riqueza.
E, irramediablemente, tu corazón queda sujeto al mal. Desaparece toda bondad y se llena de mentira, ambiciones, envidias y afanes de riquezas y poder. Entonces, queriendo salir de esa situación, adviertes que no puedes y que estás sometida tu voluntad y encadenada tu libertad. Experimentas esa esclavitud que te condena y que te somete. Es el pecado que se apodera de ti.
El precio de la libertad exige lucha, resistencia y voluntad. Precisamente, Dios te ha dotado de voluntad para que puedas enfrentarte a esa inclinación - el pecado - que te arrastra al mal. Pero, caes en el error y la grave equivocación de querer arreglarlo tú solo. El demonio te lleva ventaja y te vencerá fácilmente seduciéndote con las cosas de este mundo a las que tú, yo y todos estamos sometidos. Necesitamos abrirnos, como hizo Mateo, a la Palabra de Jesús, a su llamada, y dejarnos llevar por ella. Escucharle y seguirle.
Solo así iremos descubriendo esa libertad que deseamos encontrar. Pidamos esa Gracia, que también llevó al apóstol Mateo a seguir a Jesús, dejándonos llamar por nuestro Señor Jesús y atender con solicitud su llamada. Amén.
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