La duda, a pesar de nuestros reiterados intentos de escapar a su presencia, la tendremos siempre presente en nuestro camino por este mundo. Es incansable y aprovechará cualquier debilidad o situación favorable para recordarnos que está a nuestro lado y dispuesta a entablar conversación. Está muy bien preparada y siempre presentará argumentos que hagan zozobrar nuestra barca. Es experta en levantar tempestades y situaciones que nos hagan desviarnos de nuestro rumbo natural para el que hemos sido creados.
Es normal que nos suceda eso y que estemos dispuestos en cada paso de nuestro camino a ser probados y tentados. Necesitamos demostrar que nuestra fe es firme y está bien apoyada. Por eso, tenemos que saber donde apoyarla, si sobre arena movediza - el mundo - o sobre Roca firme - Jesús - que nos ha dejado a su Iglesia para acompañarnos y fortalecernos.
Hoy podemos comprobar que Tomás, aquel discípulo con serias dudas, fue precisamente liberado de sus dudas por la comunidad donde estaba apoyado. Aquellos compañeros le apremiaron a creer en sus testimonios, pues, ellos habían visto al Señor. Y, Tomás no tenía mala intención, sino la necesidad de desterrar esas dudas que le impedían fiarse del Señor, de ese Señor que él había conocido y que había visto aparentemente derrotado y crucificado en la Cruz. Porque, la Cruz sin la Resurrección es el fracaso de los fracasos.
Por la Gracia del Señor, que sabe lo que se dilucídaba en su corazón, Tomás tuvo la oportunidad de comprobar lo que exigía comprobar, y su respuesta ya la sabemos. Léela y medítala en el Evangelio. Es más se repite en cada Eucaristía que se celebra. Sin embargo, las dudas pueden seguir amenazándonos y exigiéndonos que afirmemos nuestra fe. Por eso, necesitamos pedirle al Señor que no nos deje caer en las manos del mundo, demonio y carne y que nos dé siempre la fortaleza de apoyarnos en su Palabra. Porque, Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
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