Estamos inclinados a murmurar y a la maledicencia, consecuencia del pecado original. No resulta imposible cerrar nuestros oídos a la murmuración y, por eso, solicitamos y pedimos la Gracia para vencer esas tentaciones que nos traicionan y nos alejan del Señor. Porque, de alguna manera acusamos al Señor de falso, de que su Palabra no la creemos, y eso equivale a decir que nos miente. O, lo que le decían sus contemporáneos, colabora con el demonio.
Posiblemente, nuestra respuesta, en muchos momentos de nuestra vida, no se diferencia mucho de la de aquellos fariseos. Y, nada mejor, que la de pedir la Gracia de darnos cuenta de nuestro error. Pedir y rogar para que nuestro corazón, endurecido y adherido a los poderes de este mundo, encuentre la verdad, la conversión y la misericordia que nos ofrece nuestro Padre Dios.
Cierra, Señor, nuestros oídos a la murmuración y nuestra lengua a la maledicencia, que solo tengamos palabras llenas de bondad, de verdad, de justicia y de amor fraternos para todos los que nos rodean. Transforma nuestro corazón en un corazón amoroso y misericordioso. Amén.
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