A los niños no se les pasa por la cabeza pensar que en los brazos de sus madres puedan estar en peligro. Jamás se plantearán que sus madres los suelten al vacío. Algo así debe suceder a los cristianos con respecto a su Padre Dios. Y ese sentimiento descubre y da la medida de nuestra fe. Evidentemente, en las misiones, sobre todo en esos países donde la amenaza de muerte está tras la puerta, la fe de los cristianos trasluce y transparente ese testimonio que transmite y manifiesta el saberse en manos de nuestro Padre Dios. En y con Él nada nos turbará ni nada nos faltará.
Dios, nuestro Padre, nos ha creado para siempre y para que seamos felices eternamente. Sería absurdo pensar que solamente fuese para unos cuantos años en este mundo. No sería un Padre tan bueno. Su Amor es Infinito y Misericordioso, y nos quiere felices para toda la eternidad. No se puede entender nuestra creación de otra manera. Está sellada en nuestro corazón y emerge en cada suspiro de nosotros mismos. ¡Lo llevamos dentro, lo sentimos y deseamos!
Sin embargo, aparece la contradicción. Por el pecado original no somos buenos hijos y nos rebelamos rechazando lo que nos propone Jesús, el Hijo de Dios, de parte de su Padre. Rechazamos la Buena Noticia que nuestro Padre Dios nos propone. Por todo ello, reconociendo nuestra esclavitud y nuestros pecados, pedimos al Señor que nos dé la fortaleza, la sabiduría y la voluntad de permanecer en el Amor Misericordioso que nuestro Padre Dios nos da y ofrece gratuitamente. Y, sobre todo, pedirle esa Gracia y confianza de sabernos seguros y confiados en sus brazos. Amén.
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