Es el único camino que tenemos y por donde hemos de pasar para encontrar esa felicidad eterna que anhelamos y buscamos. No hay otro. Y solo dos puertas, la estrecha y la ancha. Una incómoda de atravesar y otra lo suficientemente espaciosa y ancha para atravesarla cómodamente. Sin embargo, ambas presentarán dificultades, peligros y sufrimientos, aunque la espaciosa tratará de aliviarlas con las seducciones y poderes de este mundo. Trabajo en vano, porque todo lo que hay en él es caduco. Y lo caduco tiene su tiempo contado.
Sin embargo, la puerta estrecha, aunque presenta un panorama menos apetecible y más de dolor, permanece en la esperanza de convertir el dolor y sufrimiento en felicidad y amor eterno. Y eso si nos colma placenteramente y en plenitud para toda la eternidad. De modo que, vale la pena tratar de pasar por esa puerta estrecha. Por tanto, la batalla está planteada, caminamos por un campo de minas donde junto a la buena semilla, crece también la cizaña, que el príncipe del mal - el Maligno - se ha encargado de sembrar.
Pero, nace también en nuestros corazones la esperanza. La esperanza de saber que no vamos solos y que nos acompaña - desde el día de nuestro nacimiento - el Espíritu Santo recibido en nuestro bautismo, para fortalecernos, asistirnos y auxiliarnos en esa batalla de cada día contra la cizaña que persigue ahogar y secar nuestra buena semilla. Pidamos, pues, la Gracia de resistirnos a la cizaña que nos acompaña en nuestro crecimiento y supliquemos fortalece para sostenernos firmes hasta el día que lleguen los segadores del Sembrador y nos liberen de la cizaña que ha querido ahogarnos y secarnos. Amén.
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