Es la batalla de cada día: "Quiero ver para creer". Y a pesar de todo lo que me digo, mi razón se empeña en querer encontrar respuestas humanas a la acción divina. Y permanecerá mi corazón cerrado mientras mi razón se empeñe en comprender lo que mi Padre Dios no me permite ver ni comprender.
Porque eso es precisamente la fe. Quisiera el príncipe que su amada lo quisiera simplemente por ser un hombre, no por su categoría de príncipe. Lo mismo ocurrirá con la princesa. Pero en la vida real se hace bastante difícil esconder estos roles.
Y es que mientras no experimentes que amas simplemente por amor, es decir, sin condiciones ni categorías, nunca sabrás que verdaderamente amas. Por eso, es solo en la tribulación, en la oscuridad, en la pobreza, en la enfermedad, en el sacrificio y la adversidad donde se experimenta de verdad si verdaderamente amas o tu corazón se mueve por otros intereses. Incluso a veces ocultos o ignorados.
Y ese, en mi humilde pensamiento, es el plan de Dios. Se hace niño, niño pobre sin recursos ni poder; Niño humilde y sencillo, tan normal como el más pequeño y normal de los normales. No llama la atención. Nace en el olvido y la indiferencia de los pueblos que le rodean. Se hace difícil creerle. Sólo los pastores, sencillos y últimos de aquella sociedad de la época, son anunciados de su nacimiento. Y unos magos inquietos, expectantes de sabiduría y de búsqueda. Nada más, el mundo permanece inadvertido y siguen sin querer mirar a Belén en muchos lugares.
Pidamos al Niño Dios que nos quite la venda de nuestros ojos y nos ilumine el camino hacia Belén donde empieza nuestra propia historia de salvación. Amén.
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