Estamos acostumbrados a ver la anunciación como algo clásico y que tenía que ser así. Nos parece algo natural que no podía ser de otra forma. Sin embargo, el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento que cambia totalmente la vida de una persona.
Una persona sencilla que tiene puestas todas sus ilusiones en el acontecimiento de su boda. La natural aspiración de toda joven, pero que de repente, mientras todo el mundo está indiferente y abstraído por sus propios problemas, esa joven, María, es elegida para ser la Madre de Dios.
Elegida para ser corredentora con su Hijo en la redención de todos los hombres. Y ante ese panorama toma la decisión de abandonar sus planes y seguir los de Dios. Sin más demostraciones ni garantías. Sin seguridades ni respuestas a los compromisos contraídos. Un panorama arriesgado, inseguro y difícil de afrontar. Con todos estos ingredientes, María se pone en Manos del Señor su Dios.
¿Y nosotros? ¿Cuáles son nuestros planteamientos? ¿Estamos dispuestos a irnos poniendo en Manos del Espíritu Santo para irnos dejando llevar por sus impulsos y soplos? ¿O sin dejar los nuestros, miramos a ver cuales podemos cumplir y satisfacer de los que Él nos propone?
Son preguntas que descubrirán que clase de nacimiento se va a realizar, este año otra vez, cada día en nuestro corazón. ¿Un corazón acomodado e instalado en condiciones, o un corazón disponible y entrega a la voluntad del Señor?
Pidamos al Espíritu que nos de la sabiduría y fortaleza de dejarnos llevar y pongamos nosotros todo lo que esté de nuestra parte para que así sea.
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