Hemos oído en el Evangelio que algunos tuvieron dudas. ¿Nos las tenemos nosotros? Creo que no nos escapamos de dudar. La duda es una limitación de nuestro pecado original. Por eso necesitamos la fe. Sólo cuando estemos delante del Jesús Resucitado y glorificado se acabaran nuestras dudas.
Sin embargo no comprendemos como algunos de los discípulos dudaron. Habían estado con Él tres años, y le habían escuchado y hacer milagros. Habían convivido con Él y le conocían. ¿Cómo es posible que se plantee la duda? Se hace difícil comprenderlo, pero la realidad es que algunos dudaron.
Quizás, nosotros que no estábamos allí, eso nos haga pensar que tendremos más razones para dudar. Sin embargo la fe es la misma, porque tenemos la Palabra de Jesús a través de los que estuvieron con Él. Sabemos de sus obras y de su Vida y Palabra. Y, sobre todo, de su promesa de permanecer y estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo. Es decir, que está con nosotros ahora y siempre, y lo podemos visitar y tocar en la Eucaristía haciéndolo nuestro alimento espiritual.
No hay ninguna diferencia, porque es su Palabra y la palabra de sus discípulos. No tenemos por qué dudar. Se hace necesaria la fe. Y es esa la fe la que pedimos intensamente hoy. Una fe que nos ayude a confiar y abandonarnos en el Espíritu del Dios que permanece y está con nosotros. Una fe de niño confiado y obediente que sabe que está en buenas manos y que se fía de su Padre.
Padre, Hijo y Espíritu Santo, Santísima Trinidad, iluminen mi vida y denme la sabiduría necesaria para, viviendo según su Palabra sepa y pueda dar testimonio a los que no les conocen. Amén.
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