Al final no cuentan tus prácticas, oraciones y normas, porque lo que verdaderamente cuenta es tu conducta. Claro, podemos perdernos, porque para mantener una buena conducta nos hace falta, y mucho, la Gracia de Dios. Sin el Espíritu quedamos en manos del Maligno. Y eso es lo que nos ocurre a muchos, que queremos realizar nuestras obras por cuenta propia.
Ocurrió con aquella persona, que centró su pregunta en qué hacer, más que en creer. Y es que la fe está en estrecha relación con las obras, porque una fe sin obras es una fe muerta. Por lo tanto, quien hace según la Palabra de Jesús, cree también en Jesús.
Sin embargo, entra en juego la libertad. El Señor nos quiere libres y nos propone derrumbar el muro de nuestra propia ambición. Las riquezas y bienes, que nos dan poder, son el obstáculo a vencer. Elegir entre ellos y Jesús es la elección en la que nos jugamos la eternidad. No se nos esconde que cuanto más riquezas y poder, más difícil será nuestra elección. Y tampoco se nos esconde que solos nos será imposible superar esa tentación.
Necesitamos confiar, creer en el Espíritu Santo y abandonarnos en sus Manos. En y con Él venceremos, porque nos lo garantiza Jesús que, antes que nosotros, recorrió ese camino. Las obras son lo importante de nuestra vida, porque son ellas las que descubrirán donde está y se encuentra nuestro corazón. No son nuestras palabras las que descubren lo que creemos, sino son nuestras obras.
Indudablemente, Señor, sé que sin Ti nada podré hacer. Y yo creo que en Ti y contigo lo puedo conseguir. Porque si Tú me lo propones es porque sabes que puedo hacerlo. Por eso, Señor, te pido que, abierto a la acción del Espíritu Santo, transformes mi vida y te sirvas de ella para que sea servicio y amor, por Ti, para todos los hombres. Amén.
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