Señor, Tú tienes Palabra de Vida Eterna y me hablas muy claro. Sé que Tú eres la Vid, pero hoy de forma muy directa me haces oírlo de nuevo de tus mismos labios. Sin titubeos ni dudas me dejas sentir en lo más profundo de mi corazón tu Palabra. Tú eres la Vid y yo el sarmiento. Sólo injertado en Ti puedo dar frutos, y desgajado de Ti quedaré seco y sólo serviré para arder en el fuego.
Dame, Señor, a pesar de las tempestades y huracanes de mi vida, la sabiduría y la fortaleza de permanecer injertado en Ti. Porque solo así podré dar los frutos que tu Padre espera de mí, y considerarme discípulo tuyo como es su Voluntad. No dejes que me engulla este mundo egoísta con sus garras de mentira, de falsa e hipócrita apariencia y espejismo de felicidad apoyada en engaños, envidias, odios, poder y riqueza.
Dame la capacidad de discernir la verdad de la mentira, el bien del mal, y, a pesar de las dificultades, optar siempre por la verdad y el bien, ante la mentira y el mal, a pesar de que eso me exija y obligue a la renuncia de riquezas y poder. Porque en el fondo de todo eso yace el vacío y el sin sentido.
Dame, Señor, la fortaleza de esperar pacientemente injertarme en la Vid de tu Corazón, para fortalecido por Ella, ser sarmiento vigoroso y fértil que dé frutos abundantes. Tan abundantes que, por tu Gracia, alcance la dicha de ser limpiado por tu Padre para quedar fértil y dar nuevos frutos.
No cesaré de rogarte Señor esa gracia, porque sé que de mí no depende. Lo que tengo, que es lo que Tú mes has dado, mi libertad y mi voluntad, lo pongo en tus Manos, para que Tú, la Vida Verdadera, la riegues con tu savia y me inundes de tu Gracia para dar esos frutos que tu Padre espera. En tus Manos Señor pongo todas mis esperanzas. Amén.
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