No puedo engañarte Señor. Entre otras cosas porque Tú lo sabes. Claro, me cuesta elegir un camino de persecuciones y sufrimiento. ¿Quién quiere elegir un camino así? Desde que nacemos queremos sentirnos bien. De bebé lloramos cuando tenemos ganas de comer o nos sentimos incómodos o enfermos. Es, el lloro, la única alarma de que disponemos para avisar.
Nadie quiere ser perseguido ni amenazado, y menos sufrir. ¿Y Tú, Señor, nos propone ese camino de pesecuciones como a Ti mismo te ha pasado? No te lo reprocho porque Tú mismo lo has sufrido primero, y lo has aceptado voluntariamente. Pero yo no tengo tu capacidad y, aunque quiero seguirte, me cuesta mucho recorrerlo.
Sin embargo, me sorprende una cosa. Tú no los has pasado por Ti, sino que te has ofrecido voluntariamente a sufrirlo por mí. Eso cambia las cosas. Lo has hecho para aliviarme y para que algún día yo pueda sentirme feliz eternamente. Y eso supone que tenga que hacer lo mismo que Tú. Ahora sí, se me dibuja una sonrisa en mis labios al intuir que el Espíritu Santo me ha ido aclarando las cosas. Hace unos instantes le pedía que me aclarara esto de elegir ser perseguido, y ahora, segundos después creo haberlo entendido.
¡Claro, Señor!, yo no soy mejor que Tu, y tendré que padecer lo mismo que Tú, salvando las distancias, para alcanzar la Resurrección y la Vida Eterna como Tú me has prometido. Ahora sí, Señor. Estoy dispuesto a ser perseguido y a sufrir todo lo que necesite por seguirte y por proclamar tu Evangelio. Ese es el camino verdadero que Tú nos propones.
Y nos promete esa Felicidad Eterna que, sellada dentro de nuestro corazón, buscamos con todas nuestras fuerzas y esperanzas. Danos, Señor, esa Gracia para nunca desfallecer y mantenernos en pie firmes en el Camino. Amén.
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