Tener y conocer a un Dios que me ama, me busca y quiere salvarme es la ganancia, la lotería y la dicha más grande que un hombre pueda desear y tener. Dar la espalda a esta realidad e ignorarla es el lado contrario.. La ignorancia más supina y paupérrima que un hombre pueda tener.
Y según la experiencia de este mundo, la realidad es que así sucede. Hay muchos necios e ignorantes que venden su mayor tesoro por un puñado de monedas y algunos años de vida mundana, y de días más tristes que alegres. No nos cabe mejor apelativo que el de ciegos , porque hay que estar ciegos para dejarse guiar por otros ciegos, quizás más ciegos que ellos, y no ver a este Dios Padre que nos busca porque primero nos ha amado y nos ama siempre.
Pidamos al Señor perdón por tanta torpeza y desamor. Y la Gracia de abrirnos a su Verdad y Misericordia, que nos redime y nos salva ofreciéndonos su misma Gloria y dándonos la total e inmericidad dignidad de considerarnos hijos adoptivos, coherederos con Jesús, de su misma herencia eterna.
¿Se puede recibir más? ¿Se puede estar más ciego y sometido? ¿Se puede rechazar tan alta dignidad y gloria? Pues ante el asombro del que pueda tener el privilegio de asombrarse, se rechaza. Se cambia la vida por la muerte y la perdición eterna.
Y eso nos compromete a seguir proclamando, comprometiéndonos, dándonos, rezando, y siguiendo el camino según la Voluntad del Padre. No vamos solos, y es el Espíritu de Dios quien nos conforta, nos prepara, nos alienta y nos protege. ¡Alabado sea el Señor!
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