Quiero, Señor, seguir hablando con mi cuerpo, expresándote con gestos y signos que Tú eres mi Dios, y que nada colma mis ansías de felicidad sino tu presencia y tu Amor. Y hablo con él cuando mi sonrisa y mis actitudes derraman tu amor; cuando mis sufrimientos son apagados en la aceptación de mi propia cruz por tu amor; cuando la alegría es compartida con otros por tu amor...
Hablo con mi cuerpo, cuando lleva a mi vida tus Palabras de amor y de preocupación por todos aquellos que no te conocen, y, sobre todo, por aquellos que rechazan conocerte. ¡Dios mío!, si supieran que todos sus afanes, glorias y apetencias descansan en Ti, y que en Ti serían las criaturas más felices del mundo y eternamente gozosas.
Hablo con mi cuerpo, cuando en lo más profundo de mi ser guardo silencio ante los insultos, los desprecios, las risas y las afrentas que tus propios hijos te hacen cada día. Hablo con mi cuerpo, cuando comparto el sufrimiento y la tristeza por aquellas personas que, siendo madres, matan a sus hijos en su propios vientres. Hablo con mi cuerpo, cuando lloro la insolidaridad y lucho por la justicia, para aquellos que pasan hambre, carencias y derechos de todo lo que necesitan para vivir dignamente.
Y es en esos momentos, cuando mi pobre ser fatigado y cansado, irrumpe de nuevo y grita, buscando las palabras, la oración del hijo que busca en su Padre la esperanza de ser escuchado.
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