Porque uno de los mayores peligros es la conciencia laxa, la costumbre al hábito de pecar considerando que no pasa nada, y que es muy difícil pecar. Considerarme suficiente, justo y bueno. Cosa que no es mala en sí, pero que puede acomodarnos e instalarnos y cegarnos ante muchas cosas que pasan desapercibida ante nuestros ojos.
Es bueno, a pesar de que el mantel esté limpio, mirarlo bien y detenidamente, porque cuando la limpieza destaca, será más difícil ver las manchas pequeñas, y con el tiempo esas machas pequeñas pueden crecer y ensuciar considerablemente el mantel.
Por eso, la humildad del publicano debe ser nuestra mirada, debe ser nuestra compañera de viaje, y debe ser el antídoto contra todos los peligros que el camino nos depara. Porque siendo humilde, siempre estaremos necesitados de fortalecernos, de implorar perdón y de vislumbrar las pequeñas manchas, que no por pequeñas dejan de ser peligrosas, que nos puedan estropear nuestra blancura interior.
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