Hay dos tipos de enfermedad, la enfermedad física, y la enfermedad espiritual. Mientras la primera es natural y llegará un día, la otra, la verdaderamente grave, no debe llegar nunca, porque de llegar sería la verdadera muerte. El hombre está enfermo, pero de esa enfermedad (el pecado) has sido sanado por la Muerte de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios vivo.
Sin embargo, esa sanación la puede perder por su propia voluntad cuando se obstina y empeña en rechazar a Jesús y no creer en Él. Mientras, ¡paradojas de la vida!, se empeña en cuidar y sanar las enfermedades que van experimentando su cuerpo, inevitablemente destinado a morir, abandona su espíritu, dejándolo en manos del demonio, y condenándolo a una muerte evitable.
Es absurda la ceguera del hombre. Pudiendo ver, se empeña en no ver. Queriendo ser feliz, camina por donde no puede serlo. Estando enfermo, se preocupa de curar lo que menos importa, lo que está curado de salvar el alma. Sólo hay una medicina, la Gracia de Dios. No hace falta seguridad social. Es totalmente gratis, y hay en abundancia para todos. El mejor seguro es pedirla en oración.
Padre bueno del Cielo, te pido que me abras los ojos y cures mis enfermedades, tanto las corporales como las espirituales. Si me das la opción de elegir, quiero, aunque no lo vea claro ni lo comprenda, las del alma, pues es la que puedo perder para siempre. Infúndeme la sabiduría de entenderlo y de cuidarla abandonándome en Manos del Espíritu Santo. Amén.
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