Ese es mi problema, y lo que hace mi carga más pesada y difícil de llevarla. Porque siento la debilidad de mis pecados, y me fallan las fuerzas de mi entrega y generosidad. Sí, no estoy satisfecho con mi cosecha, ni tampoco con los frutos que ofrezco a mi Señor. Me siento avergozado y temeroso de que el Señor no quede contento con mi ofrenda.
Sin embargo, por otro lado, me siento esperanzado porque creo en su Misericordia, y porque confío en su sabiduría y conocimiento de mis pecados y debilidades. Su venida ha sido para redimirme y sacarme de esta abulia que me martiriza y me ensoberbecer. No vino el Señor para premiarme, sino todo lo contrario, para perdonarme y redimirme. Por eso, me siento, a pesar de mis fracasos, perdonado y salvado.
Pero, así y todo, no puedo permanecer con los brazos cruzados. Quiero fertilizar mi propio árbol, mi particular higuera, y cultivarla a limite de mis posibilidades para sacar de mi tierra infertil lo mejor de sus frutos. Necesito tu agua de Gracia, Señor, para, regada mi tierra, rinda los mejores frutos de mi cosecha en tu Nombre.
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