Diría que a casi todos nosotros experimentamos el desánimo y cansancio cuando observamos que nuestro trabajo cae en saco roto. Es verdad que tratamos de justificarnos diciéndonos que lo importante es sembrar y que posiblemente otros recogerán los frutos de las semillas sembradas. Pero, en lo más profundo de nuestro ser, se nos resiente y agrieta nuestro corazón.
Llegamos incluso a desesperar y a sentir la tentación de sembrar semillas de efectos rápidos, de resultados tangibles que ofrezcan beneficios espirituales o de conversión, de mejoras sociales, de alcanzar el Reino de Dios y... cansados por no ver lo que esperamos optamos por no seguir el camino, por pararnos y por instalarnos en el hombre viejo que llevamos dentro.
No nos atrevemos a nacer de nuevo, a despertar en la esperanza de que no nos corresponde a nosotros recoger sino sembrar. Los frutos no nos corresponden, son del Sembrador Padre, del autor de las semillas y Señor de las tierras de cultivo. Sólo Él deberá y podrá recoger los frutos de aquellas semillas que han sido capaces de morir, de mezclarse entre el estiércol de sus vidas y la tierra abonada del mundo para dar el fruto de la vida entregada por amor.
Pongamosno en Manos del Espíritu Santo, para que dirija nuestras vidas y renazcamos de nuevo como hombre nuevos, valga la redundancia, del Espíritu y del Agua que salta hasta la vida eterna.
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