Sabemos que un día tendremos que sufrir la muerte, pero no la muerte definitiva, sino una transformación de una vida a otra Vida, una Vida gloriosa, gozosa y eterna. Y eso lo sabemos porque nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios Vivo, nos lo ha revelado, y nos lo ha prometido:
"El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día".
Esa es la esperanza de todos aquellos que creemos en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios vivo, y también es el fundamento que sostiene nuestra fe. Porque todo hombre y mujer, en su fuero más interno desea alcanzar el gozo y la felicidad eterna.
Dios, nuestro Padre, nos ha creado e infundido ese Ideal de eternidad, porque nos ha hecho para vivir eternamente. Por eso ha enviado a su Hijo para revelarnos esa Voluntad suya, que todos seamos felices y eternos en su presencia. Pero también nos ha hecho libres para que seamos nosotros los que tomemos esa decisión. Podemos elegir entre hacer su Voluntad o la nuestra.
Y sabemos, por propia experiencia, que en este mundo no encontramos camino de eternidad. Todo lo que existe y se mueve en él es caduco. Necesitamos buscar en otro lugar, y es Jesús quien nos revela el secreto de ese camino. Él es el verdadero Camino, Verdad y Vida.
Pidamos al Espíritu Santo, Señor y dador de Vida Eterna, que nos conduzca en su sabiduría por el verdadero camino hacia la Casa del Padre. Dejemosno guiar poniendo nuestra libertad, tocada por el pecado, en sus Manos para de esa manera encontrar el Verdadero Camino de Vida.
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