Esa es la cuestión, y la que muchos de nosotros, aunque no la digamos, sí la tenemos guardada para justificar nuestra actitud incrédula a la hora de tomar decisiones que pongan en riesgo nuestra integridad física o la de nuestra familia o intereses.
Muchos argumentan que no han visto a nadie que haya vuelto a este mundo a demostrarnos lo de la resurrección. Y otros aprovechan ese refrán que les favorece su agnosticismo de "si no lo veo no lo creo". Tomás, uno de sus discípulos, también actuó de esa forma. Digamos que es una de nuestras debilidades y limitaciones. Verdaderamente, necesitamos la Gracia de Dios para creer, para tener fe.
Por eso decimos que la fe es un don de Dios, porque a pesar de tener el testimonio de la Iglesia, no creemos. Necesitamos una experiencia cercana, personal, viva, que nos haga buscar la fe como el aire para respirar. Solo así se encenderá nuestro corazón y nunca apagará su llama hasta descansar en Él. Pero no podemos esperar de brazos cruzados. Los apóstoles corrieron, arriesgaron su vida, buscaron y esperaron, y Jesús se hizo presente entre ellos.
Pidamos que nosotros también corramos, busquemos, arriesguemos y esperemos encontrarla confiados en que el Espíritu Santo nos dará la sabiduría, la fortaleza y el entendimiento para experimentar la presencia de Jesús entre nosotros.
Señor, hazte presente en mi vida y no dejes que me pierda en la oscuridad de las tribulaciones y las tentaciones de este mundo. Dame la fe de buscar, como la cierva busca agua para beber, el manantial de tu Gracia que salta hasta la Vida Eterna. Amén.
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