Sí, Dios mío y Padre mío, tu Palabra está clara y no hay escusa ni justificación. Me lo has dicho tan claro y sin lugar a ninguna confusión que has enviado a tu propio Hijo para repetírmelo cada día. Su presencia en Cuerpo y Alma en la Eucaristía es la mejor manera de recordármelo a cada momento.
Sí, no tengo excusa, pero experimento que me cuesta mucho. Lo sé, lo oigo y escucho, y lo creo, pero sin embargo mi ser no actúa como a mí me gustaría hacerlo. Me duele mucho no hacer las cosas que quiero y que me gustaría hacer porque pienso que esa es tu Voluntad, y sin embargo, hago las que no quiero y que posiblemente sean contrarias a tu Voluntad.
Es una lucha constante la que libro cada día entre mi apatía y desgana, entre mis apetencias y tu Voluntad, y siempre salgo mal parado. Temo y me asusta no poder hacer lo que Tú, mi Señor, me pides, porque mi cuerpo es débil y egoísta, y siento que dejo mucho que desear. Y experimento temor que presentado delante de ti en el momento de mi hora, no alcance tu Misericordia.
Te suplico, Señor, que me infundas fortaleza y vigorices mi voluntad. Desprende mi egoísmo de todo aquello que me somete y me doblega, y líberame para libre de toda atadura pueda convertirme en verdadero amor y servicio en los demás. Así, Señor, iré tranquilo a tu presencia. Amén.
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