Esa es la pregunta que hoy nos hacemos: Realmente, ¿me creo ese envío del Espíritu a mí también? Porque no iremos a pretender que sin la asistencia del Espíritu Santo podemos proclamar la Palabra de Dios. Nuestra vida está muy por debajo de esta Palabra, y solo asistidos en el Espíritu Santo, promesa de Jesús, podemos ser capaces de proclamar su Palabra con éxito y eficacia. Es decir, con vida y obra.
Por eso, Señor, te pedimos, conscientes de nuestras debilidades, la fortaleza, la sabiduría, la voluntad y el entendimiento para ser capaces, como los apóstoles en Pentecostés, de proclamar tu Palabra con nuestra vida y nuestra palabra.
Sabemos de nuestras dudas, de nuestras incredulidades. En cada uno de nosotros, al menos en mí, hay un Tomás desconfiado; un Tomás que exige ver y tocar; un Tomás que pone una y mil excusas para no entregarse sin condiciones y apegarse a sus egoísmos e intereses. Un Tomás que obedece a sus miedos y temores y los antepone a fiarse de Ti.
Y te pedimos que te hagas presente en nosotros, que nos des esa confianza y fe, que buscamos y queremos, para que nuestras obras y nuestras vidas sean las que Tú quieres y esperas de cada uno de nosotros. Padre enséñanos a abrirte nuestro corazón y a disipar el miedo y apegos que nos atenazan y esclavizan. Queremos, pero nos experimentamos pobres, necesitados, incapaces de dar ese paso adelante. Estamos tocados por el pecado, y esclavizados por las cosas de este mundo.
Te pedimos la Gracia de ser transformados para cumplir tu Voluntad: "la de amarnos como Tú nos amas".
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