Hablamos mucho de libertad pero, ¿hemos experimentado nuestro encadenamiento? Esa pregunta surgió en mí a la hora de preguntarme: ¿Por qué no actúo según quiero? ¿Por qué no soy más caritativo, entregado, disponible, servicial, atento...? ¿Por qué, repitiendo las palabras de Pablo, hago lo que no quiero y dejo de hacer lo que quiero?
Esas respuestas me dan la medida de mi libertad, y experimento que no soy libre, que me falta mucho para alcanzar la libertad. Estaré, como dijo San Agustín, inquieto hasta que llegue a Ti, Señor, porque sólo en Ti alcanzaré la plena paz y libertad.
Las dudas siempre me asaltarán y experimento que sólo en Ti puedo, Señor, continuar el camino a pesar de llevar la carga de la cruz de mis dudas en él. Has Resucitado y estás entre nosotros. Tengo el testimonio de los apóstoles y tu presencia en la Iglesia, de manera especial en la Eucaristía. Me acerco a Ti todos los días y tomo el alimento de tu Cuerpo. Y sin embargo, Señor, no actúo como a mí me gustaría.
Siento que los días transcurren y pasan sin responderte Señor. Siento que se me va la vida en la mediocridad y la tibieza. Siento cansancio, rutina, egoísmos, pasividad, vanidad, y muchas cosas más que me apartan y me separan de Ti. Experimento que te decepciono y me decepciono.
Sólo una cosa me mantiene, que a pesar de todo, no sé donde saco fuerzas, sigo detrás de Ti y continuo a tu lado. Dame, Señor, el don de la constancia y la perseverancia aunque sea arrastrándome por el dolor de la duda y la desconfianza.
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