Igual que aquellos discípulos de Emaús, a mí también me tienta la desgana, la resignación, la ceguera de no verte y el cansancio y rutina de no encontrar respuesta ni frutos en mi cansado camino. Me vuelvo ciego y duro de corazón. Pasa el tiempo y siempre lo mismo. No veo frutos ni encuentro eco en mi búsqueda. Y es más, me siento desfallecer e indigno de proclamar lo que tanto me cuesta vivir.
¿Dónde estás Señor? Es la pregunta a mi cansancio y ceguera. ¿Por qué no me hablas como a los de Emaús y levantas mi espíritu desalentado, confuso y perdido? ¿Por qué no enciendes mi corazón y lo hacer arder de entusiasmo y fuego hasta correr gozosamente a proclamarte en el camino de mi vida?
También yo necesito de tus Palabras de ánimo y, aunque Tú no consideres dármelas, yo seguiré esperándote y aguardando tus decisiones, pues nadie tiene palabra como Tú Señor. Tú tienes Palabra de Vida Eterna, y todo lo que decidas y hagas será el mayor bien para nuestras vidas. ¿A dónde iremos Señor si Tú no estás?
Acompáñame Señor para que mis pasos no sean de regreso a Emaús, sino de gozo y alegría porque Tú has Resucitado y en Ti hemos sido liberados y salvados. Amén.
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