Te doy gracias Señor porque desde niño te he tenido como mi Dios y Señor. Niño que no entendía nada y que sólo me ponía en tus Manos, pues así me lo enseñaban los sacerdotes, ya fallecidos, de los que guardo un grato y agradecido recuerdo y pido a Dios por sus almas.
Y he crecido sin entender nada porque tu Inmensidad y Misterio es insondable Señor y no cabe en ninguna cabeza humana. Pero hoy, ya bastante mayor, jubilado, sigo sin entenderte y con más dudas que de niño. He decidido no hacerme más preguntas sino confiar en Ti, porque en mi dilatada experiencia he descubierto que Tú eres mi respuesta a todo lo que busco en la vida.
Y esa es la prueba, entre muchas razones, que me da esperanza y afirma mi fe. Experimento tu presencia porque las preguntas que busco en Ti se hacen respuestas. Porque la felicidad eterna que todos ansiamos, en Ti, cobra esperanza y se hace realidad. Las cosas de este mundo son efímeras. Experimentamos su caducidad y sus efectos en un vacío sin sentido y depresivo. Sólo Tú, Señor, me llenas de esperanza y de amor. ¿Es qué necesito más razones?
Y es el amor lo que me llena de plenitud y gozo.
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