Mi primera intención es seguirte. Ha sido esa la tendencia en toda mi vida. Tú los sabes todo, Señor, y no puedo engañarte. ¿Para qué entonces decir mentiras? Desde muy pequeño me has despertado en mi pobre corazón tu presencia, y siempre he temido tu Poder, pero he descansado en tu Amor y Misericordia.
Me hablaron, en mi niñez, de tu castigo, de tus mandatos y de tu vigilancia. Como si se tratara de un Dios y Señor vigilante y atento a mis fallos para reprenderme y castigarme. No era un Padre Dios muy atrayente y atractivo, sino inflexible y acechante. Pero, poco a poco, y en la medida que te hemos seguido, todos, hasta tu propia Iglesia, hemos ido aprendiendo que eres un Dios Padre.
Un Dios Padre que, Jesús, tu Hijo, ese Hermano mayor al que queremos seguir, nos ha mostrado en la parábola del hijo prodigo. Un Padre paciente, escuchante, que busca nuestro bien y nos respeta en libertad. Un Padre que nos espera, no para castigarnos, sino para perdonarnos y amarnos. Un Padre que busca nuestro arrepentimiento y nuestros deseos de volver a su Casa, donde nos colma de gozo y felicidad.
Gracias Señor por tanta dicha y fe. Gracias por sostenernos en los momentos de dificultad y de oscuridad. Gracias por la sabiduría de saber discernir entre el bien y el mal. Entre el camino fácil, ancho, divertido, despreocupado y egoísta, o el camino del compromiso, de la preocupación y el esfuerzo solidario por establecer la justicia, la fraternidad y la paz.
Gracias Señor por fortalecer mi voluntad para disponerme siempre a seguirte y amar ante las dificultades de vencer mis egoísmos. Quiero continuar tras de Ti y no desviarme. Por eso trato de no separarme aunque me parezca que voy distraído, despistado y pensando en otras cosas.
Tú, Señor, puedes hacer de mí una persona nueva, y moldearme según tu Voluntad. Eso quiero yo y ese te pido. Amén.
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