El problema es que no llegamos a comprender el alcance del problema. A pesar de saberlo, no llegamos a comprender el alcance del misterio. Porque realmente es un misterio. Todavía nos creemos merecedores de lo que hacemos y de nuestro trabajo, cuando sólo somos unos meros cumplidores en el caso de que lo hagamos como Dios manda. ¡Y ya está! Nada merecemos porque hemos cumplido simplemente con nuestro deber.
Por eso les negamos nuestro servicio a los demás, o lo vendemos con dinero, o le ponemos condiciones. Es verdad que necesitamos vivir, pero sabemos a qué nos referimos, y dónde empieza y termina el deber y el compromiso que tenemos de compartir todo lo recibido. Sobre todo los valores espirituales e intelectuales, y también el económico, aunque quizás sea ese el más utilizado por sus efectos inmediatos y destacados, pero no por eso el más importante.
Y nos cuesta ser agradecidos, porque nos parece que merecemos lo recibido. Posiblemente muchos de nosotros no regresaríamos a darle gracias al Señor después de ser curados. Y de hecho no regresamos cuando hemos superado una enfermedad por la que tanto prometimos y rezamos. Pasado el peligro y la angustia nos olvidamos, como los leprosos, de dar gracias.
Pidamos la Gracia de ser agradecidos como aquel leproso samaritano que viéndose curado se volvió para postrarse ante el Señor agradecido por el bien recibido. ¡Cuántos bienes hemos recibido sin darnos a penas cuenta que nos lo regala el Señor, y pasamos indiferente ante Él! E incluso nos atrevemos a rechazarle y a protestarle porque queremos más.
Señor, perdónanos tanta indiferencia, tanta arrogancia y tan poca fe, y danos la Gracia de despertar a nuestro egoísmo y ceguera para darnos cuenta de que Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Danos conciencia de tu presencia, Señor. Amén.
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