Entra también dentro de nuestros criterios razonables. Todo lo prestado espera una recompensa y una devolución acrecentada. Así hacen los bancos y así entra en nuestras cabezas. Se supone que lo entregado responsabiliza para que se multiplique y aumente.
Y se supone que a quien eliges para que se encargue de lo prestado tenga talentos para producirlos. Nuestro Padre Dios no se equivoca y no exige más de lo que no se puede dar. Tú y yo hemos recibidos unos talentos, los justos y adecuados, para que podamos producirlos. No se nos va a exigir que seamos capitanes cuando nuestra capacidad no llega sino a sargentos, pero sería grave quedarnos en cabos por nuestra desidia, temor o negligencia.
Tendremos que rendir al máximo nuestros talentos, y no debemos tener miedos de no poder hacerlo, porque el Señor sabe de lo que somos capaces, y más de eso no nos exige. Además, contamos con el Espíritu Santo para poder negociar nuestros talentos, y rendir lo que se espera de nosotros. No tengamos miedo como nos decía nuestro querido san Juan Pablo II, y confiemos en la Bondad y Misericordia de nuestro Padre Dios.
¡Señor!, confiamos en Ti y sabemos que lo que hemos recibido no es para que se quede guardado o dormido en nosotros. Sabemos que es para ponerlos en función de los más pobres, de los que dependen de nuestro servicio y amor. Pero también, Padre, nos experimentamos pobres, débiles, necesitados de luz, de fortaleza y voluntad. Y eso te pedimos Señor.
Danos la sabiduría de saber descubrir nuestros talentos, nuestras virtudes y perfeccionarlas con ilusión y esperanza. No para nuestro servicio, sino principalmente para servicio de todos aquellos que las necesitan, sobre todo los pobres. Amén.
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