Poner tus talentos a rendir implica riesgos. Riesgos que se derivan de tu propia condición humana y que no están exentos del error o la equivocación. Por lo tanto estás dispuesto tanto al éxito como al fracaso. Ahí se esconden los miedos y las posibles pasividades que nos inducen a esconder o enterrar nuestros talentos.
Parece claro que arriesgarte a ganar o perder hace temblar, y ante el peligro optas por retenerte y guardar lo que tienes. No sólo de tipo económico, sino también intelectual o espiritual. Sin embargo, descubrimos y pensamos que siempre será mejor el riesgo. La vida es riesgo y vivirla supone enfrentarte a ello. Pero aquí está el secreto. La clave es ir bien asesorado y dejarte asesorar.
Eso también tiene sus por qué y sus riesgos. Tal como están las cosas, asesorarse está muy bien, pero la cuestión es. ¿De quién? O, ¿con quién? Y ahí aparece de nuevo el peligro. Para el creyente en Jesús todo queda claro y se simplifica mucho. Ponerse en Manos del Espíritu Santo, bajado del Cielo para asesorarnos, es condición ineludible para emprender el camino de salvación. En Él no tendremos peligro de fracaso. Eso no nos eximirá de sufrir riesgos, incertidumbres, errores, padecimientos y...etc.
No nos va a ser fácil. El camino no nos será mejor que otros, ni seremos ningunos privilegiados. Sólo tendremos la garantía que el Espíritu Santo velará por nosotros y nos dará la esperanza de enderezarnos, de construir nuestros errores y, levantados y esperanzados, emprender el camino a Casa, confiados en la Bondad, Misericordia y Amor del Buen Padre que nos espera.
Así nos lo enseña Jesús, el Hijo amado, en la parábola del Padre Bondadoso con el hijo prodigo. No se cansa de esperar y de desear el regreso del hijo. Pidamos al Padre Bueno del Cielo que nos dé la luz de entenderle y de no separarnos nunca de su lado. Amén.
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