No se puede expresar mejor. Somos templos del Espíritu Santo, pero esa santidad la llevamos en vasijas de barro, débiles, frágiles, inclinadas a quebrarse y destruirse. Nuestro cuerpo no es lugar seguro para guardar esa pureza que nos santifica, y, a pesar de eso, nuestro Padre Dios nos la regala y confía en nosotros como guardas de ese templo santificado.
Perdona, Señor, nuestros fallos, nuestros fracasos, nuestras debilidades y nuestros rechazos. Queremos responderte y seguirte, pero desfallecemos y nos desviamos del camino. Merecemos esos azotes con los que Tú nos expulsaste del templo, porque lo estropeamos y lo dedicamos a otras cosas que en nada nos serán provechosas.
Ilumínanos para saber cuidarnos, porque somos templo del Espíritu Santo, y sin Ti, no sólo no sabremos sino que no podremos conservarlo. El mundo nos tienta y nos puede si nos dejamos llevar por sus ofertas y maravillas caducas. Necesitamos tu Gracia para poder liberarnos de esos apegos y esclavitudes que tratan de someternos y apartarnos de Ti.
Por eso, Señor, te pedimos, no dinero ni poder, sino la Gracia de saber mantenernos en tu presencia y de protegernos de todo pecado que nos amenaza gravemente con perdernos. Y de salvaguardar nuestro cuerpo como verdadero templo del Espíritu Santo. Amén.
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