Sólo cuando seamos capaces de tomar conciencia que nuestro servicio ya está pagado, será cuando nuestra forma de actuar sea sólo por agradecimiento y por amor. Porque mientras creamos que merecemos premio, recompensa o salarios por nuestro trabajo, no haremos nada gratis y sin condiciones.
Claro está que estamos hablando del servicio a los demás, y también de nuestro trabajo asalariado. Porque no hacemos más de lo que se nos paga, creyéndonos que tenemos derecho a todo lo que hagamos que exceda nuestra compromiso salarial. Si eso puede valer con los criterios del mundo, los criterios del Jesús son diferentes.
Es verdad que el siervo merece su salario, pero no por eso merece más por cumplirlo. Y cumplirlo con amor y dedicación generosa. Porque por muchos que nos excedamos nuestra recompensa ya está satisfecha. ¿Acaso merecemos más? ¿Acaso merecemos algo? Todo se nos ha dado gratuitamente para que también nosotros lo ofrezcamos gratuitamente y al servicio de los demás.
Irían las cosas mejor si actuásemos de acuerdo con este criterio que Jesús nos descubre y recuerda hoy. Nuestra recompensa está en el cielo, y una recompensa, que sin merecerla, es algo muy superior a nuestros méritos. No somos mejores por ser puntuales, serios, honrados, justos y serviciales, sino que es lo que debemos ser, pues se nos ha dado el don de la vida y del amor para amar según la Voluntad de Dios.
Danos, Señor, la capacidad de darnos generosamente según nuestras capacidades y talentos recibidos de tu Mano generosa, y hacerlo para el bien de todos, especialmente los más débiles, indefensos, necesitados y pobres. Amén.
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