No es una invitación en la vida, o una cada año. No, es una invitación cada día. Cada día al poner los pies en el suelo, la primera invitación es del Señor. Del Señor que te da la vida y te propone vivirla con Él a cada instante. Vivirla amando y regalando sonrisas, buen humor, atención, escucha, disponibilidad, servicio, entrega...etc. Un buen menú que hará nuestro banquete especial y diferente a todos.
Dame Señor el buen apetito de sentarme cada día a tu Mesa, y compartir contigo y con los hombres, tus hijos, la buena comida de la fraternidad, de la justicia, del servicio, pero, sobre todo, del amor. No permitas que me distraiga con las falsas ofertas del mundo. Aparentemente parecen iguales o mejor que la Tuya, pero es simplemente una mentira, un espejismo que esconde la muerte y la perdición.
Dame la sabiduría y la capacidad de estar expectante y vigilante a tu invitación de cada día. Y a no dejarme tentar con acudir a otra por muy importante que me parezca. Sé que en principio tu invitación es de cruz, y eso me puede hacer dudar, pues siempre buscamos lo bueno y cómodo. Pero también sé que detrás de la cruz está mi libertad, mi liberación y eterna felicidad.
Porque sólo en Ti, Señor, encontraré el eterno gozo de sentirme en paz, sereno, tranquilo y rebosante de alegría y felicidad eterna. Porque Tú, mi Dios, eres el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
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