Nadie está libre del poder del demonio. En cierto sentido estamos, por el pecado, invadidos por el demonio, y necesitamos librarnos de su influencia maligna. Pero intentar hacerlo nosotros solos es una locura y un disparate, porque no podremos lograrlo. Sólos quedamos a merced de su poder.
El Señor se hace Hombre y viene a liberarnos porque sabe de nuestra debilidad, y nos tiende su Mano. Con Él todo es posible y nuestra victoria se sabe segura. Por eso necesitamos la oración, el ayuno, la penitencia y la limosna, que nos ayuda a desprendernos de nuestras seguridades caducas y corruptas, y a abandonarnos en las Manos del Señor.
Valorar todo lo que viene del Señor antes que lo que viene de los hombres es lo más importante. Así, primero está el espíritu y detrás las necesidades del cuerpo.
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