No solo está el peligro en las riquezas materiales, también cohabita en mis cualidades y habilidades tanto intelectuales como físicas y manuales. Todos mis talentos, donados por Ti, Padre mío, están en mí para servir, para ponerlos en función del bien común. Así como también ser beneficiados por los de otros.
Nuestras riquezas no son malas ni pesadas. Se cobran peso cuando las usamos para provecho propio excluyendo a los demás. Nos pesan demasiado cuando no queremos compartirlas y las escondemos para el beneficio y provecho de los demás.
Por eso, Tú, Señor mío, nos has dejado claro que será más difícil entrar en tu Reino siendo egoísta y tacaño con los demás, que pasar un camello por el ojo de una aguja. Líbranos Señor de esa avaricia de poseer y no compartir. Danos la virtud y el don de poner nuestras riquezas para el bien de los demás, pues queremos entrar en tu Reino siguiendo tu Voluntad.
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