Es la rutina de parecernos siempre las mismas palabras. Yo soy el primer sufriente y el primero que las siento repetidas. ¡Cuidado!, el Diablo se nos cuela y nos anima a cansarnos, a caer en la rutina y a convencernos de que nuestro Padre Dios se cansa de que siempre le digamos lo mismo.
¡Y es que no hay otra cosa que decir! Jesús mismo nos exhorta a no divagar ni rebuscar palabras bonitas y poéticas. Simplemente nos dice que cuando nos dirijamos al Padre, lo hagamos así: Padre nuestro que estás en el cielo; santificado sea tu Nombre, y hágase tu Voluntad, aquí en la tierra como en el Cielo...
Y eso es lo que tratamos de decir todos los días: Padre nuestro, gracias por todo. Santificado sea tu Nombre y hágase tu Voluntad. Bien, es verdad, que cambiamos la forma de decírselo, pero siempre será lo mismo: ¡Padre, danos todo lo que necesitamos para hacer tu Voluntad!
Hoy, aprovechando su encuentro con la mujer cananea, queremos pedirte, Padre, que aumentes nuestra fe, y que refuerces nuestra voluntad para permanecer perseverantes en pedírtela, como la cananea, sin desanimarnos, a pesar de que te nos escondas y nos pruebes.
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