Sí, siento vergüenza, pero al mismo tiempo me fortalece el tomar conciencia que uno de los dones del Espíritu Santo es precisamente eso, dolernos de ofender al Señor. Es el don de temor de Dios, porque cuando sentimos vergüenza de ofender al Señor, estamos diciendo que nos molesta, que nos da miedo el fallarle y no dar lo que Él espera de nosotros.
En ese sentido, me da miedo de tantas promesas y esfuerzos que siempre acaban en lo mismo. Señor, perdona todas mis faltas y fracasos; Señor, perdona todas mis debilidades y apegos. ¿Qué sería de mí sin tu Misericordia y tu Amor? Al menos, esos temores me ayudan a darme cuenta de mis debilidades y de la necesidad imperiosa que tengo de cobijarme en tu Corazón.
Gracias, Señor, por tu gran interés, por tu gran amor y paciencia con cada uno de nosotros. Gracias Señor por darme, cada día, una nueva oportunidad de poder amar a los que pasan cerca de mi vida, y de poder demostrarte que mis palabras y esfuerzos no son palabras y vida que se las lleva el viento, sino que están ahí tratando de hacerse vida y demostrarte en los hermanos, también tus hijos, que te quiero.
¡De verdad, Padre mío!, se me quita el miedo y me inunda una gran confianza de sentirme querido y amado por Ti. Pero es bueno, lo comprendo y lo reconozco, que sienta ese temor de fallarte para que cada día siga esforzándome y exigiéndome en ser un buen hijo amando a mis hermanos.
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