Y es que me pasa lo mismo que esos escribas y fariseos. Sé de tus Palabras y de tus hechos, pero no me mueven a seguirte sin condiciones. Y es, para que negarlo, no soy un seguidor incondicional. Al menos yo me veo así. No sé que pensarás Tú, Señor.
Me pasa como Pablo, que dejo de hacer aquello que pienso debo hacer, y hago lo que no debería. Me vence la pereza, la comodidad, el no querer complicarme ni esforzarme. Sin embargo, no me deja, gracias Señor, la idea de seguirte. Sigo erre que erre, a pesar de mis fracasos, de mis pecados, de mi mal ejemplo.
Sí, Señor, te doy gracias por descubrirme así, pecador, porque es a esos a los que Tú has venido a salvar. Y salvar significa que quieres ayudarnos para que dejemos de serlo. Esa es la lucha. Una lucha diaria que no debemos entablar sin Ti, porque en ella Tú eres indispensable, imprescindible.
Dame Señor la sabiduría de seguirte aunque mis pasos sean torpes, lentos, indeseables, comodones, perezosos... Yo quiero seguirte y necesito tu ayuda para lograrlo. Me pongo en tus Manos y te pido me llenes de paciencia y fortaleza para permanecer ahí.
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