Desde este humilde rincón, Señor, elevo mi pobre oración confiado en que Tú puedes liberarme de mi esclavitud y pereza. Las cadenas de mi humanidad me pesan, y no puedo con ellas. Se me hace cuesta arriba seguirte, escucharte y alcanzar el ritmo de tus pasos. Te busco Señor, pero me canso y pierdo la paciencia de seguirte.
Me duele todo mi cuerpo, pero no tanto mi alma. Esa es mi ceguera, que no veo el dolor de mi alma, sino siento el sufrimiento de mi cuerpo. Y Tú, Señor, aunque curas el cuerpo, también, y más importante, es la curación del alma. Porque de nada me vale curar mi cuerpo si dejo enfermar y perder mi alma. Tú me lo has dicho, y yo lo creo.
Por eso, Señor, hoy te pido que cures principalmente mi alma, aunque el dolor de mi cuerpo me desespere y me atormente. Claro, quiero curar también mi sufrimiento, y te lo pido, pero sé que Tú lo tienes en cuenta y lo que permitas debe estar bien. Sólo te pido tu Gracia para soportar lo que mi cruz me exija soportar, tal y como Tú has hecho por cada uno de nosotros.
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