Sí, Señor, quiero estar en tu mesa y comer contigo, porque sé que Tú has venido a salvarme, y yo tengo necesidad de ser salvado. Quiero ser de tu rebaño y dejarme cuidar por Ti. Sé, Señor, que me cuidas, me proteges y te preocupas por mí. Hoy nos lo dice en este hermoso evangelio de este domingo.
Gracias Señor por tanta paciencia, por tanto amor hasta el punto de salir a buscarme por montes y cañadas. Gracias, Dios mío, por esperarme, sin merecerlo, después de dilapidar la fortuna que me diste en herencia. Y no solo esperarme, sino no regañarme. Al contrario, acogerme con gozo y alegría, vestirme y tratarme como un héroe. Darme la gloria de ser tu hijo.
No merezco nada Señor, y me avergüenzo de haberte ofendido. Sólo quiero que me trates como a un siervo, pues no me he portado como un hijo. Señor, me quedo perplejo, anonadado, bobo y con cara de idiota ante tanta Misericorida y Amor. Padre mío, solo puedo decirte desde lo más humilde de mi pobre corazón, gracias.
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