Muchos creyentes temen fracasar. Y temen fracasar porque experimentan no tener fuerzas para convencer, para dar testimonio, para servir de ejemplo y testigo que muevan a otros al encuentro con el Señor. El fracaso y el miedo está presente en todos nosotros. Nos experimentamos débiles, poca cosa y pobres para servir a tan digna y alta causa.
No encontramos el valor y la fuerza para adentrarnos en el mundo que vivimos. En nuestros ambientes no somos escuchados, y lo más excluidos y marginados cuando tratamos de hablar de Ti. Sentimos vergüenza de hacer el ridículo y nos desalentamos y evadimos. No damos un paso adelante, más, lo damos atrás. Y nos derrumbamos como los de Emaús, Señor. No te vemos ni sentimos en esos momentos que necesitamos tus fuerzas. ¿Dóndes estás Señor?
Nos comportamos como unos verdaderos fariseos. Tienes razón Señor. Vivimos de puertas para dentro. Mucho rezo y oraciones en los templos, en nuestras comunidades, pero en la calle, incluso en nuestras familias, solemos pasar de puntillas y no enfrentarnos con nadie. En boca cerrada no entran moscas.
Y no queremos ser así. Queremos seguirte con todas sus consecuencias. Sabemos que contigo podemos. Posiblemente tengamos que permanecer, ser constantes, llenarnos de paciencia y esperar la fuerza de tu Espíritu. Los apóstoles recibieron al Espíritu Santo. Nosotros confiamos que nos suceda lo mismo. Envíanos, Señor, la fuerza de tu Espíritu para que seamos verdaderos testigos de tu Palabra.
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