No puedo perdonar como Tú, Dios mío, me perdonas a mí. Mi humanidad, pobre y pecadora, débil y frágil, se derrumba ante la exigencia de abajarme, de ser humilde y perdonar a quienes me hacen daño. También a, por otro lado, tropiezo conmigo mismo, con mi soberbia y orgullo; con mi suficiencia y prepotencia para los más débiles y los que están debajo de mí.
Señor, soy una calamidad y necesito de Ti para poder ser capaz de perdonar. Experimento que me es más fácil hacerlo con los amigos, pero Tú me has advertido que eso lo hacen también los que no te siguen y te rechazan. Claro, eso es el camino más fácil; la puerta más ancha. La que todos en principio prefieren, más luego experimentamos que es un camino vacío y sin sentido.
Por lo tanto, Señor, quiero seguirte y perdonar como Tú me perdonas a mí. Me pongo para ello en tus Manos, y entrego las llaves de mi corazón al Espíritu Santo. Tú lo enviaste para guiarnos, y yo quiero dejarme guiar por Él. Porque sólo con Él podré conseguir la fortaleza y la sabiduría para poder perdonar a aquellos que no me perdonan, o que me hacen la vida imposible. Él me guiará por la ruta de la sabiduría donde encontraré la Gracia de, en tu Espíritu, transformar mi corazón de piedra en un corazón de carne.
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