Sé que las riquezas no son malas. Lo verdaderamente malo es apoyar mi vida en las riquezas y creerme fuerte y capaz de ser feliz por las riquezas. Más peligroso aún es creerme que en las riquezas puedo conseguir todo lo necesario para ser feliz y para satisfacer mi vida. E incluso llegar a pensar que soy mejor que el otro porque soy más rico.
Pensar así es estar totalmente equivocado de rumbo. Simplemente porque la experiencia de mi propia vida me lo descubre. Observo que mucha gente se ha quedado en el camino. Su riqueza no le ha servido para que su corazón siguiera latiendo. Se ha acabado, bien por negligencia o por enfermedad. Le ha llegado su hora cuando, quizás, menos lo esperaba. ¿Para qué tanto atesorar bienes y riquezas?
Sabemos que con la riqueza se pueden conseguir muchas cosas, pero también sabemos que salvar nuestra vida, que es lo que definitivamente importa, no depende de ser rico. Ni tampoco pobre. Se trata de algo más sencillo y gratuito. Se trata de reconocernos hijos de Dios, y de saber que de Él hemos recibido todo lo que tenemos, incluso la riqueza. Y eso que nos ha sido dado gratuitamente y por Amor, nos lo ha entregado para usarlo en nuestra salvación.
Y lo hacemos así cuando, no apoyamos nuestra vida en las riquezas de este mundo, sino que compartimos y vivimos el amor que Dios nos da con los demás. Vivir no pensando en mí, sino pensando en el bien de todos aquellos cercanos física y espiritualmente que salen al paso en mi camino.
Ilumina Señor mi vida para que, con la fuerza del Espíritu Santo, sea capaz de compartirla integralmente con todos aquellos que la necesitan. Y de forma especial para llegar y conocerte a Ti.
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