Y necesito de Ti, Señor. Porque mi vida deja mucho que desear y me siento débil e instalado en la mediocridad. Experimento que no avanzo, que me quedo en la rutina de cada día y que casi ya me instalo en lo mismo de todo los días. Sí, trato de no engañarme y de esforzarme en vivir la actitud del servicio, del estar disponible y de amarte en los hombres que viven en mi vida, pero...
No me siento bien, ni me parece que hago todo lo que debiera ni quisiera. Creo que hay muchas faltas en mi vida de pecados por omisión, por mirar para otro lado, o por quedarme tranquilo antes muchas cosas que podía, al menos, intentar hacerlas mejor o comprometerme más. Todos los días trato de hacer esa promesa, pero me temo que nunca doy el paso necesario.
Unas veces por miedo, otras veces por mi propio entorno familiar e incomprensiones. Y otras, muchas más, veces por comodidades o parálisis descomprometida que huye de la complicación. Sea como sea, Señor, ando así, dando una de cal y otra de arena. He llegado al convencimiento que solo Tú puedes darle la vuelta a mi corazón y hacer que sea un corazón dado y entregado. Sí, también sé que necesitas mi libertad y mi pequeña y humilde colaboración, y yo quiero dártela, pero me cuesta por todo lo que he dicho antes.
Inúndame de tu Gracia, Señor, y dame las fuerzas necesarias para poder dejar en tus Manos mí ser y mi libertad. A fin y al cabo son tuyas, porque Tú me las has regalado. Y yo quiero ponerlas en tus Manos. ¿Dónde mejor pueden estar? Espero y confío que el Espíritu Santo haya tomado buena nota, y no me deje por mi palabra, sino que me obligue a cumplirla porque creo que será lo mejor que me puede pasar.
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