Pero experimento que mi enfermedad no termina en esta vida. Sano pero vuelvo a enfermar. Todos aquellos que fueron curados por Ti, Señor, volvieron a enfermar. Y un día, ya no solo no pudieron ser sanados, sino que terminaron sus días en esta tierra.
Por eso, Señor, yo busco y quiero primero esa sanación eterna, la que es para siempre, pues tu amigo Lázaro, resucitado por Ti, también, un día, murió. Claro que no quiero sufrir, pues el dolor es insoportable, pero sería morir para siempre a tu presencia, a gozar de tu compañía y de tu amor.
Te pido, Señor, que me hagas fuerte y pueda soportar todas las muertes que esta vida me presente. Muertes a mis comodidades y apegos, muertes a mis intereses y vanidades, y muertes a todos mis egoísmos de poder, de privilegios, de suficiencias y de todo aquello que me lleve a rechazarte y olvidarte.
Dame, Dios mío, la sanación del alma, esa que Tú, conocedor perfecto de nuestros deseos, ofreciste a aquel paralítico presentado ante Ti. Nadie te entendió, ni siquiera el mismo paralítico, pero ese tipo de enfermedad es a la que Tú has venido a vencer: "Nuestros pecados".
Pero también necesito la del cuerpo, al menos la fortaleza de soportar mis debilidades, mis fracasos, mi toma de conciencia de aceptarme como soy, sin desfallecer, sin disgustarme conmigo mismo ni desesperarme. Aceptarme sabiendo que Tú sabes quién soy y hasta dónde puedo llegar. Lo demás corresponde a tu Gracia. Yo sólo puedo, Señor, dejarme abrazar y llevar por tu misterioso Amor. Amén.
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