Tu mensaje, Señor, desconcierta. Nos ataca directamente al corazón endurecido que vive y late en nuestro interior. Y nos duele y afecta. Nuestra naturaleza humana, herida por el pecado, es egoísta y, encerrada en sí mismo, cierra sus ojos para no ver lo que hay a su derredor. Nada quiere saber del que sufre por sus circunstancias, por sus injusticias, por sus situaciones o debilidades. Sólo vive para sí y, en su interior, hay una conciencia que le dice que, como yo estoy bien, que cada palo aguante su vela.
El mundo no les importa sino cuando entra dentro de su propio terreno personal y sus intereses se ven afectados. Sostienen sus ojos bien cerrados y distraídos para que no sufran. Hay muchas ofertas de ocio y de relajar la mente en otros pensamientos más agradables y confortables. Sin embargo, a pesar de cerrar los ojos, el dolor y el sufrimiento no se borra ni se esconde. Está ahí, delante de nosotros hasta que abramos los ojos para verlo.
¿Qué hacer, Señor ante tanta impotencia y debilidad? ¿No sé cómo actuar y tratar a los pobres que sufren, ni como reaccionar ante tanto dolor? Me da miedo que se aprovechen de mí. ¿Estoy pensando en mí, Señor? Creo y entiendo, ¿dime, Señor?, que la solución o el trato no puede ser paternalista, pues eso atraería a todos los que pretende vivir del cuento sin salir de sus vicios y esclavitudes.
Ante tantas dudas y desorientación, te pido, Señor, que ilumines mi camino y enciendas mi corazón con un fuego misericordioso y comprometido para saber encontrar la manera de ayudar y servir siguiendo tu Voluntad y no la mía. Dame, Señor, sabiduría y fortaleza para vencer mis miedos, mis comodidades, mis debilidades y, animado y fortalecido en tu Espíritu, encontrar la forma de servir a los más pobres y a los verdaderamente necesitados que abren sus corazones al amor fraterno.
No sé, Señor, si digo y hago bien, pero, me pongo en tus Manos para que Tú dirijas mi vida y actives mi voluntad a fin de vivir en tu Palabra y hacer tu Voluntad. Amén.