Primero tendremos que hacernos esa pregunta. Supongo, por el mundo que me rodea, que no son muchos los que se hacen esa pregunta. También, deduzco que muy pocos, en proporción a todos los habitantes del planeta, permanecen inquietos ante este interrogante. Eso no desmerece la cantidad de gente buena que hay en el mundo. Es un milagro que el mismo se sostenga, y eso no es sino la constatación de que Dios lo cuida con su Providente Amor.
Dios nos quiere tanto que, pacientemente espera nuestra conversión. Señales y acontecimientos que nos ayuden a encontrarle, como el de Natanael, que hoy narra el Evangelio, ocurren todos los días. Quizás muchos nos percatemos de eso, y otros no. Tenemos un Tesoro Infinito muy cerca de nosotros, pero no abrimos los ojos y permanecemos ciegos.
Las luces del mundo nos deslumbran y no nos dejan ver al Señor. Necesitamos, como Natanael, acercarnos y ver al Señor. Quizás nos lo han dicho algunos amigos, pero no ha sido suficiente para movernos y despertar nuestra curiosidad. Y nos perdemos ese Tesoro que está a las puertas de nuestra vida. No sabemos que ocurrirá ni que perderemos. Eso sólo le corresponde al Señor.
Pero, desde este humilde rincón, nosotros pedimos al Señor que nos dé la sabiduría de saber llevarle a todos aquellos que quieran y deseen conocerle. De saber transmitir su Amor y, no sólo de palabra sino también con nuestra vida. Y, unidos al coro de los apóstoles, hoy por y con Natanael, les pedimos que intercedan por todos nosotros y nos ayuden a, como ellos, transmitir y llevar al Señor a todos los hombres que pasen por nuestras vidas. Amén.